Arte, pensamiento e inteligencia: extendiendo la crítica de Avelina Lesper


Avelina Lesper, una crítica mejicana de arte, polémica, actual, que ha dirigido sus baterías hacia la tendencia que demuestra el así llamado «arte contemporáneo», pero también hacia el fuerte fenómeno especulativo de mercadeo que se encuentra asociado a él, nos presenta la oportunidad de comparar una parte de su crítica con lo que nos sucede como sociedad. En particular el riesgo que identifica para la inteligencia humana, resulta util repensarlo en funcion de la necesidad de activar el pensamiento critico en nuestra sociedad.
Para entenderle lo que denuncia, basta oirla en algún video en la internet. Como por ejemplo, en Pablo Jater entrevista a Avelina Lesper,crítica de arte mejicana (2013).

Dividiremos en dos partes esta nota. La primera, para rescatar el sentido de lo «inteligente», aplicado por Lesper a la construcción y a la observación del arte contemporáneo, y la segunda para resaltar la importancia de lograr un diálogo entre partes, prometedor en la medida de las individualidades, tomando como ejemplo el grafitti y la crítica que le hace Avelina a esta práctica.

 

Parte I. Avelina y el Arte contemporáneo: el pensamiento y la inteligencia individual

No deseo centrarme precisamente en esta discusión sobre la capacidad especulativa que conlleva el arte, ni sobre la existencia de redes que facilitan el súbito emerger de un artista o peor de algún pseudoartista que de otra forma quedaría desconocido, ni sobre la construcción conceptual que es elucubrada alrededor de cada exposición por el curador de turno o el propio artista que expone.   No me interesa el mercadeo ni la violencia derivada con que se nos quiere hacer partícipes de cualquier nueva tendencia artística. Ni siquiera deseo entrar en el detalle del propio discurso de Avelina, cuya contraparte no puede estar sino en el propio grupo de artistas y criticos, y en el arte que genializan los que se supone conocen de él.

Mas bien quiero introducirme en el mundo paralelo que Avelina expone reiterada pero tangencialmente en muchas de sus intervenciones: la relación entre el arte y la inteligencia humana.  Tema, éste sí, que debería importarnos pues toca la sensible capacidad de pensar de manera crítica, y la de expresarse de manera abierta. Capacidades coartadas crónicamente, aunque desde chicos cada uno de nosostros las tenemos, pero que solo hasta hoy en Colombia empieza a hablarse y discutirse abiertamente como puntos necesarios a desarrollar por el sistema educativo.

Podríamos complicarnos ya con la definición de «inteligencia», pero baste decir que el ejercicio del pensamiento nos coloca a través de la observación directa o intuida, en ciertas posiciones-problema que implican la necesidad de una toma de decisiones para darles alguna solución y proseguir con la nueva situación.  Entre más acertada y congruente con mi propia lógica sea esta solución, digamos que «más inteligente» puedo ser, aunque ésto último sea relativo al contexto, y no se pueda generalizar ni homogeneizar (razón por la cual hace algunos años alguien propuso que realmente no existe un solo tipo de inteligencia).

Se colige también, que el arte aquí es mirado solo como un vehículo para medir en el hombre su reacción al entorno; su manipulabilidad, su falta de afecto y exceso de apatía; su desinterés exagerado por la propia condición humana, y hasta por su propio ambiente ecológico.

Por ello desarrollamos esta lectura personal de Avelina Lésper, la crítica de arte, heroína y adalid para unos, villana y tirana para otros, o mesiánica y déspota para alguno que otro; una mujer a quien se le presume como entendida en lo que expresa, destacando que ella misma asume la activa vulneración de esa relación entre la creatividad (que tiene el arte), y la inteligencia  (atribuida al espectador).  En este punto, debo aclarar que esa relación la interpretaremos como el ejercicio continuo del «pensamiento crítico» activo, algo que debería estar omnipresente en cada rol humano.

Hablemos un momento en primera persona. No soy artista, no me muevo en el arte, ni me apasiono en demasía por obra alguna. Soy, diríamos, un espectador que apenas si alcanza el promedio de la masa cruda, admiradora de arte.  Luego aquellos calificativos en uno u otro sentido que abundan rodeando, desde y hacia, cada comentario de Avelina, poco me significan, y quizá solo me arranquen alguna sonrisa o me dejen algún sinsabor por lo irreverentes.

Pero claro, eso me sucede hasta que recuerdo que en otros campos de la vida social está pasando igual que en el arte; en mi país, y quizá en muchos más, también se vive la polarización absurda por descalificaciones públicas, mutuas. Asistimos impávidos a una rara competencia por invalidar el argumento inmolando al que lo expresa.

Las amenazas y defensas a ultranza, siempre elaboradas en un lenguaje pobre y fallido, parecen demostrar una incapacidad estructural para argumentar, para sostener el diálogo; una incapacidad que se transforma en violencia.

(Halim Badawi, investigador y curador interesado en el arte latinoamericano del siglo XX, refiriéndose en este artículo a las amenazas, improperios y respuestas desobligantes que por red y teléfono recibió al controvertir públicamente la palabra de Avelina Levenger con su opinión)

Las posiciones radicalizadas en uno u otro sentido, las decisiones irracionales y poco meditadas, las intervenciones abruptas no pensadas, la ausencia de autocrítica y moderación, la violencia insensata a la orden del dia -sin que tengamos que recurrir a extremismos militares ni a limitar la edad de la víctima-, todo ello lo vivimos casi a diario, lo sentimos en muchas de sus formas, y tiene en su objetivo a jóvenes y adultos de cualquier género.

Pero también están por ejemplo, la censura y discriminación del otro, solo porque piensa, actúa o se vé diferente; el abandono insolidario del hermano, cuando no se le reconoce como tal ni se le siente cercano; los emotivos estallidos de pseudo-opinión, llenos de vituperios y descalificadores, sea contra partidarios del sistema o contra sus detractores; la incapacidad de participar, donar, compartir algo de nuestro tiempo a otros, quizá porque lo atesoramos excesivamente; o el facilitar que coexistan segregación, inequidad y desigualdad, como si fuese lo más normal de este mundo. Como si felicidad, bienestar y calidad de vida, fuesen conceptos aplicables sólo a unos cuantos.

Estas actitudes, todas, impiden que se presenten diálogos y se vislumbren soluciones, lo que a la vez va traduciéndose en acciones que, multiplicadas, causan impacto en la contraparte, alejándola y polarizando el ambiente, e impidiendo la concertación, el consenso y por ende el avance social. En medio de un falso aire triunfalista por lo supuestamente logrado, en realidad se disgrega,  desintegrando sigilosamente la base corroida, y atentando así contra la estructura social global que en ella se sustenta.

Sin duda veo un claro símil en la polémica que suscita la crítica Lesper con lo que sucede en nuestras otras realidades, percibiendo un mismo panorama. Uno diría que desde fuera, como simple espectador, se intuye la existencia de esa situación observada, cuando encuentra que el arte se da impuesto y alguien le contrapone una voz de alerta, o al menos solicita una pausa mientras pide que nos autoevaluemos, y nos decidamos por reconocer hacia donde vamos. O cuando estalla herida otra voz ante el poder descifrado, que infortunadamente se adjunta a la serenidad de quien decide malutilizarlo en su beneficio, sin importar lo que va arrastrando con ello.

Pero también es la voz de aquel conforme y obediente ante ese poder o aquella imposición, quien aunque tiene intacta la opción de contestar, contradecir o rebelarse contra la pseudoinstitucionalización banal, nunca ejerce su derecho. En la peor interpretación que le demos a esta actitud, diríamos que quizá él, al igual que su contraparte que reacciona igual, no evoluciona porque no sabe pensar, ni entiende lo que puede sentir.

En palabras que hoy escuchamos de varios educadores, sería como decir que se carece de un pensamiento crítico desarrollado, y por lo tanto tampoco se puede argumentar, comprender el lenguaje del interlocutor, y menos proponer algo con racionalidad.

Este punto nos retrotrae al angustioso llamado que desde hace varias décadas viene haciendo un sector de la educación, latinoamericano y europeo, y que en la Fundacióon Pedagógica Rayuela de Tunja se ha depurado, incorporando hoy tres ejes transversales bien definidos  –lógica matemática, lenguaje y creatividad-, en los procesos y momentos de aprendizaje que tiene cada chico, con el fin de desarrollar en ellos el pensamiento crítico, junto a su autonomía y capacidad argumentativa, de manera que para su vida, el análisis del contexto derive en proponer e innovar cuando se considere apropiado.

Puede ver la propuesta pedagógica de Rayuela (Tunja, 2018) en la voz de su directora, durante una entrevista televisada.

Concatenado a ésto, Avelina mira con desconfianza el fenómeno del mercadeo que inundó los museos haciéndoles perder su sentido misional. Así, piensa que la tendencia actual del sistema de mercado es ir contra el arte como creación «de fondo y con fondo». Y considera que también se está yendo «contra algo muy peligroso: contra la inteligencia humana» (Avelina Lesper, en min 11:20)

Frente a ello, Halim Badawi Quesada, crítico colombiano de arte, llama la atención sobre el riesgo de generalizar una experiencia, alguna percepción o una interpretación puntual, descontextualizando a rajatabla, y obligando a que el grupo afectado asuma también a ultranza cierta posición como respuesta, lo que tampoco ayudará al consenso que debería haberse dado. Para el caso de la especulación en el arte, nos recuerda que desde siempre en la historia humana ha existido interferencia por parte del mercadeo que busca un consecuente efecto especulativo sobre las obras. Ello, sin embargo, no impide que existan obras con valor cultural adosadas a cierto movimiento de actualidad.

Puede leerse un artículo de Badawi (2016) al respecto, motivado por la visita de Lesper a Colombia ese año.

Para Lesper, la solución a esta intromisión con riesgo definido, es a la vez el mismo remedio que actuará como preventivo, y concluye que al final la respuesta subyace en dos roles, en dos tipos de personas de todas las que confluyen alrededor del arte: el espectador y el propio artista. A ellos dos les propone:

  • Al espectador, que deberá vencer miedos y aprender a decir frente a una obra, «esto para mi no es arte».  Y que lo haga aún en contra de la voz de la mayoría: así aprende a reconocer que el mercado invade el arte, y que por ésta razón la creación y la inteligencia pueden estarse yendo con él.
  • Al artista, le indica que si se considera con talento y capacidad creadora, deberá seguir aprendiendo, creando y reaprendiendo habilidades, a la vez que defiende su obra de manera argumentada. La creación de una obra, insiste Avelina, no es cosa de horas, de un momento inspirativo. Requiere un proceso de evolución personal que puede tomar incluso años.

Haciendo una libre interpretación de esta propuesta, uno piensa que el espectador debiera tener desarrollado y activo el pensamiento crítico, de tal manera que se permita distinguir entre emoción y conocimiento, los dos motores que estimulan nuestro cerebro y que ya se reconocen muy bien por la neurociencia. En esas situaciones de polarización, el predominio de la emotividad puede obnubilar la racionalidad del uso del conocimiento, por lo cual aprender a no ceder por completo a las emociones para pensar más clara y críticamente debiera ser un objetivo a lograr.

Por ello, tanto en el arte como en otras situaciones vitales, este consejo para el espectador tiene toda validez y razón de ser. Lo será frente a una obra, un acto público, una declaración pública, una posición política, una denuncia pública, etc, donde existen ya formados grupos de opinión opuestos o disímiles, cada uno con sus argumentos.

Una relación equilibrada entre la emocion percibida y el actuar críticamente, entre el efecto que nos produce la obra o el acto denunciado, y el participar criticamente sobre ese objeto, expresando nuestra posición y sugiriendo incluso alternativas, es lo que establece el canal entre la inteligencia (lo que vemos) y el pensamiento critico (lo que analizamos), pero para ello hay que estar dispuesto a crear, a reconocer y reconfigurar, y a flexibilizarse ante el propio conocimiento que se tiene.

Parte II. Avelina Lesper y el grafitti: arte, pensamiento e inteligencia social.

Un trato especial merece este tema tan sensible y polémico para casi todas las ciudades. Tema traido rudamente a colación por la crítica de arte que nos ocupa, al promulgar la ausencia de arte en el grafitti, reducirlo a una simple y burda expresión sin sentido, y descalificar a los grafiteros, a veces de manera demasiado cruda y ofensiva.

De alguna manera, pero gracias a esos comentarios públicos y a la respuesta también pública por la via del grafitti que se le dió en Mexico, ella terminó ideando, proponiendo y gestando un primer encuentro entre grafiteros y curadores de arte, en agosto pasado, en un escenario con múltiple significado para los locales: el Museo de la Ciudad de Mexico.

Desde la distancia, ésta primera reunión nos resulta muy interesante por los contenidos, incluso a pesar del desafortunado desenlace de violencia y malentendidos que les rodeó y del que dió registro la web.  Curiosamente -porque lo hemos visto repetido en la escena política, ante el hecho violento, en las propuestas públicas de intervención, etc- se denunció manipulación con campañas de desinformación por redes, e intentos directos de boicotear la propia reunión, según denunció la propia Lesper en su momento.   Al final, cuando abandonaba el recinto, Avelina fue atacada por un desconocido, quien le estampó en el rostro un ponque hecho de crema, por lo que no sufrió lesiones físicas.

Puntualmente este ataque pudo interpretarse de varias maneras según desde donde se le mire. Bien como una acción totalmente agresiva, de pura fuerza física, un ataque a la mujer, un asalto a su confianza, incluida la percepción de que ya estaba premeditado, y que por lo tanto fue una celada; o, como la que da el propio victimario -que permanece anónimo-, quien indica que solo era una broma para destacar la ironía del encuentro entre el formalismo del arte y la espontaneidad del grafitti, en un ambiente tachonado de franca agresión mutua.

Sin importar la trascendencia del acto, ni su significado intrínseco e intencionalidad, lo que si es claro es que se suma a las reacciones previas como indicador de la molestia que causa tocar «el tema» entre las partes, y de lo difícil que resulta enfrentar ideas opuestas sin una estrategia adecuada que controle la emoción y atienda más a la razón, permitiendo la argumentación bien construida y un consenso final de acuerdos.

Particularmente, en el minuto 1:40:55 del video que recoge el encuentro, ya hacia el final, aparece una voz, para mi la más equilibrada y razonable, de quien se encuentra inmerso en este mundo del grafitti, pero que interactúa desde la perspectiva gubernamental.    Es Gilberto Reyes, un funcionario del programa de «Rescate Público», quien además de reconocer que el encuentro sacó de nuevo a la luz la existencia del grafitti, y que esperaría que este fuera el primero de varios encuentros similares, se decide por invitar a las partes a centralizar sus posiciones individuales en la realidad cotidiana, más que dirigirlas hacia lo abstracto del arte, y a lo que debiera ser o no.

Menciona con interés que el grafitti como tal ha sido para la ciudad una herramienta util de intervención social, enfocada por ellos hacia la prevención social de la violencia y la delincuencia (experiencia exitosa de 15 años en Ciudad de México).

En el minuto 1:41:00 del mismo video, llama la atención sobre el peligro de emplear el lenguaje del discurso habitual para descalificar al grafitero, lo que solo genera mas violencia. Y cierra indicando que cada uno nos debieramos preguntar quien es el que está detrás de cada grafitti, pues allí hay toda una historia de vida oculta tras el dibujo, la firma y el anonimato.

El programa en Ciudad de Mexico, finaliza Reyes, recrea y formula el entorno de legalidad para la actividad, promueve la convivencia, y reconoce la existencia de sanciones para lo ilegal. De acuerdo a lo expresado por él, ha originado una asociación de grafiteros, activa, inserta socialmente y que se lleva con éxito.

 

El final,  sin apasionamientos

Aquí, concluye uno, lo complicado puede ser el tratar de cifrar el arte en términos de intelectualidad desconectándolo de la realidad circundante; si bien existe un gran negocio económico que apabulla y explota la incapacidad de crítica del ciudadano del común, y hace notar su falta de voz, también es cierto que en algunas esferas que no se integran al sistema dominante, subsisten la creatividad y el esfuerzo por expresarse.

Avelina Lesper puede tener razón en algunas de sus frases, y de todas formas deja en manos del espectador y del propio artista el rescate del verdadero valor del arte.

Sin embargo, es claro que algunas expresiones como el grafitti, generan aún distancia entre el rol de quien se expresa a traves de él, y la concepción social de arte, dado que para el grafitti subyace una compleja historia social de vida que solo es manifiesta a través de cada símbolo y firma que aparecen respaldadas por el anonimato: en este caso, el grafitero -según lo expresan- nunca pide que lo incluyan ni lo categoricen; tampoco espera hacer parte de algún conglomerado, ni que lo inscriban en temporalidad alguna, y mucho menos desea lucrarse de su trabajo. Solo se anima a expresarse de manera individual y anónima por múltiples razones, de tal forma que su voz se plasme como él quiere que sea vista y en el justo momento en que así lo desea, lejos de estándares , interpretaciones y generalidades.

Quiza ése sea un ejemplo de inteligencia manifiesta. El problema entonces no es el grafitero en sí mismo, que suele tocar la delgada linea entre libre expresión y vandalismo, sino el espectador, quien al igual que con el del arte contemporáneo de nuestro ejemplo, requiere tener la capacidad de ejercer su pensamiento critico en los términos que nos plantea la educación hoy dia, es decir con efectos propositivos y proactivos.

Una capacidad que debiera extenderse a todos los aspectos de la vida social, hasta lograr ese equilibrio colectivo propuesto en nuestro título entre el pensamiento (observar, apreciar, entender) y la inteligencia (comprender, resolver, proponer).

OttoJ. / RedRayuela
Septiembre 2018


Para conocer otras facetas de lo que dice Adelina Lesper, y complementar de algún modo lo anterior, podría revisarse la presentación de un libro sobre performance en 2011, museo del Chopo, en Mexico (con varias interpelaciones); la intervención en FILBO 2016 sobre el grafitti; la entrevista en Quito por Ivonne Guzman para La Movida Cultural, 2017 Avelina Lesper en Ecuador; y el propio blog de Avelina.

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